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Artículo: “¿Jesús Resucitó?”

Por Mervy Enrique González Fuenmayor.

Redactado y publicado el sábado 11 de abril de 2009

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia. República de Venezuela. América del Sur.


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NO SOLAMENTE LOS INCRÉDULOS sino también los creyentes —en algunas oportunidades—, han dudado de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Esto sucede cuando no se tiene una fe vigorosa, cuando no hay una verdadera conversión, cuando decimos que creemos en Dios, pero “por si acaso”, «de que vuelan… vuelan», implicando tal afirmación la debilidad de nuestra fe y la creencia en más de un solo señor, creer en brujos, hechiceros, espiritistas, rosacruces, etc. Algunos han calificado a este tipo de personas como verdaderos positivistas, es decir, personas que creen únicamente en lo que ven y en aquello que puede ser probado. Son también —según afirman los expertos—, escépticos, que dudan de todo y no creen en nadie, no obstante que pudieran andar frecuentemente predicando incluso la Palabra de Dios, con la Biblia bajo el brazo, pero dudando de lo que predican y de la certeza de la Palabra del Señor.

Existe una expresión según la cual «la duda mata la fe». Esta sentencia afecta la estructura, la base, el fundamento y los postulados supremos del cristianismo. La catolicidad, la doctrina cristiana, presumen la existencia de dogmas de fe, que deben aceptarse sin cuestionamientos. A nadie se le obliga a ser católico cristiano, y si aceptamos serlo, por ese sólo hecho debemos también aceptar los dogmas de fe. Dios nos concedió libre albedrío, libre arbitrio, la posibilidad de decidir, de escoger, de admitir cualquier idea, creencia, fe o inclinación. De allí la respuesta a la proliferación de las numerosas sectas que hoy invaden a la Humanidad. Hay «iglesias» para todos los gustos, colores y sabores. Muchos «pastores» de esas falsas iglesias, de esas sectas, manipulan, interpretan y acomodan la Palabra de Dios según su propia conveniencia, que en definitiva no es más que una conveniencia económica. La Humanidad, la Historia y la Sociedad, han dado cuenta de estas falsas doctrinas que terminan siempre con el descubrimiento de que las cabezas visibles de esas sectas son estafadores de oficio, engañadores, tramposos, embaucadores y personas que llevan una doble vida. Por supuesto deben hacerse excepciones, que son aquellas relacionadas con los individuos que realmente creen que su predicación es la que acertadamente se conforma al Texto Sagrado, aunque sabemos que están equivocados, porque Dios fundó una sola iglesia en la cabeza de Pedro, primer pontífice de la Iglesia Universal Católica Cristiana. Todas las demás «iglesias» son fundadas por hombres y en consecuencia no son verdaderas, ni legítimas, ni auténticas, ni mucho menos fundadas por Dios. De allí que haya de afirmarse de una manera categórica y precisa que la única iglesia documentada, acreditada y legitimada por las Santas Escrituras, es nuestra Santa Iglesia Católica.

La interrogante sobre la resurrección de nuestro Señor Jesucristo generalmente surge de individuos y personas que están alejadas de las enseñanzas del Señor, o aquellas que siendo creyentes poseen una fe débil y enclenque, además de no participar en su profesión de fe, están alejados del cumplimiento de los mandatos de Dios, no celebran la eucaristía de manera frecuente y cuando lo hacen, son o asumen la actitud de los convidados de piedra, de asistentes a una fiesta de la cual no participan, son aguafiestas, meros espectadores de la realidad circundante. Por otro lado se trata también de gentes que no escudriñan la Palabra de Dios, que no oran, que no se preocupan por conocer aún más de la grandeza, de la misericordia y del amor de nuestro buen Jesús, el Hijo de Dios. Son analfabetas bíblicos o analfabetas cristianos. Desconocen la importancia, la trascendencia y la necesidad de vincularse con la Palabra de Dios. Todas estas situaciones se combinan para dilatar, engrandecer y generar mayores dudas sobre la resurrección de Jesucristo.

Quienes se encuentren en esta situación, necesariamente no cuentan con una sólida base de cognición espiritual para sostener y defender en cualquier foro, lugar o rincón, la certeza, la firmeza, la categórica e irrefutable verdad sobre el hecho o situación de que Jesucristo resucitó al tercer día después de su muerte. Sin embargo, se podrá incluso carecer de los conocimientos bíblicos necesarios para creer en esa resurrección y aún así aceptar que la misma ocurrió, bastando para ello la tenencia o posesión de una fe firme, fuerte y resistente ante cualquier duda o contrariedad. Algo así como la fe de Moisés, de Pedro, de Job, del centurión romano, de Jairo, del paralítico, de Bartimeo, de Pablo, etc.

De manera que negar la resurrección de Jesucristo es una necedad y una posición que no resiste ni el más leve análisis. Jesucristo resucitó según las profecías. Dan cuenta de ello las apariciones que hizo después de su muerte. Así como las continuas investigaciones arqueológicas que se han venido desarrollando a lo largo de estos últimos 2000 años.

De seguidas transcribiré algunos párrafos extraídos de el libro «CIEN PREGUNTAS A LOS CATÓLICOS» del autor HERBERT MADINGER (Caracas Venezuela. Ediciones Paulinas. Págs. 136-138), que permitirán al lector adquirir algunas informaciones elementales sobre algunos hechos y circunstancias vinculados con la resurrección de nuestro señor Jesucristo.

“Tú te preguntas si hay realmente milagros. Sí, efectivamente ocurren milagros hechos por Cristo y su iglesia es una prueba de que Dios está actuando.

Jesucristo se remite en varias ocasiones a sus milagros: “si no hago las obras de mi Padre, no me creáis” (San Juan 10:37). “Las obras que Yo realizo dan testimonio de mi, que es el Padre quien me ha enviado” (San Juan 5:2.36). Estas obras de Cristo son auténticos milagros. Las curaciones a distancia, la resurrección de un muerto que llevaba ya cuatro días en el sepulcro, la multiplicación de los panes, etc. Son obras imposibles de realizar por un ser humano, pues los hombres no somos omnipotentes.


El milagro más decisivo y más importante de Cristo es su resurrección. La fe de la iglesia primitiva se basó especialmente en este milagro. La resurrección de Cristo de entre los muertos fue el tema esencial de la predicación en la comunidad primitiva cristiana. Las predicaciones de San Pedro y las cartas del apóstol San Pablo conservadas hasta el presente se remiten continuamente a la resurrección de Cristo. Los apóstoles casi consideraron como su verdadera misión dar testimonio de la resurrección de Cristo. Por esa razón en la elección del nuevo apóstol Matías exige San Pedro: “es pues necesario que de en medio de los varones que nos han acompañado durante todo el tiempo en que entre nosotros entró y salió el señor Jesús, se haga con nosotros testigo de su resurrección” (Hechos de los apóstoles 1: 22). Por ese testimonio ellos abrazaron también la muerte.

En su predicación San Pedro se remite de continuo a la resurrección de Jesús como prueba de que Cristo es realmente el Mesías. En el discurso de Pentecostés, en el interrogatorio ante el Sinedrio, en la instrucción para el bautismo de Cornelio, en la curación de un tullido de nacimiento, etc., San Pedro predica constantemente: “a quien Dios ha levantado de entre los muertos; de lo cual nosotros somos testigos” (Hechos de los Apóstoles 3:15).


Del mismo modo, las predicaciones San Pablo en Antioquia, Tesalónica, Atenas y Cesárea, reseñadas en los Hechos de los Apóstoles, pregonan continuamente la resurrección de entre los muertos. En su primera carta a los corintios, escrita en el año 56, San Pablo se remite incluso a 500 hermanos en Cristo a los que se les apareció el Señor repentinamente y Pablo escribió en aquella ocasión: “de los cuales la mayor parte viven hasta ahora” (primera carta a los corintios 15:6).


La Biblia describe con gran insistencia la muerte real de Jesús, su última exclamación, la lanzada abierta en su costado, para asegurarse de su muerte; el desprendimiento, la sepultura, la colocación de la losa sepulcral y la guardia del sepulcro.


DOCE APARICIONES DE JESÚS, DESPUÉS DE SU MUERTE, DOCUMENTADAS EN LA SANTA BIBLIA:


Total, la Biblia nos habla del 12 apariciones del resucitado:1.- A María Magdalena “el primer día de la semana” (domingo de la resurrección); 2.- A las mujeres que fueron a visitar el sepulcro; 3.- A los discípulos de Emaús; 4.- A Pedro el domingo de resurrección; 5.- A los once apóstoles reunidos en el cenáculo el día de la resurrección; 6.- A los discípulos en la reunión durante la cual San Pedro fue instituido pastor supremo del rebaño de discípulos —incluido Tomás—, ocho días después; 7.- La aparición junto al mar de Tiberíades; 8.- La aparición en el monte de Galilea, durante la cual Cristo transfigurado impartió la orden de la misión; 9.- Los últimos avisos del resucitado en Jerusalén 10.- La ascensión a los cielos ; 11.- La aparición a los 500 hermanos; Al Apóstol Santiago; y 12.- finalmente el Señor transfigurado se le apareció aún a Saulo delante, camino de Damasco.


Los apóstoles no eran hombres crédulos. Dudaron continuamente de los relatos de las personas a las que se había aparecido el Señor. Pero estos relatos aparecieron ante los ojos de ellos como un delirio, y no les dieron crédito (San Lucas 24: 11). “…pero tampoco a ellos les creyeron” (San Marcos 16: 13). Y cuando Jesús aparece repentinamente a sus discípulos, “ellos creían ver un espíritu” (San Lucas 24:37). Jesús tiene que comer y beber con sus Apóstoles, dejarse tocar por ellos y mostrarle su manos y sus pies antes de que ellos crean. Pese a todas éstas pruebas, Tomás duda aun: “si yo no veo en sus manos las marcas de los clavos, y no pongo mis manos en su costado, de ninguna manera creeré” (San Lucas 20:25). Ocho días después: “Alarga tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente” (San Lucas 20:27. Sólo podemos pedir al Dios que también nosotros podamos responder con Tomás en un modo cada vez más profundo: “¡Señor mío y Dios mío!” (San Juan 20:28).”

Termino con una frase extraída del Nuevo Testamento: “DICHOSOS AQUELLOS QUE CREEN EN MÍ SIN HABERME VISTO” ¡Ánimo! ¡Gozo! ¡Alegría!

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Vídeo Reflexivo: “Niña, ¡párate!”.

Grabado el jueves 19 de marzo de 2009.

Trasladado a la red el jueves 9 de abril de 2009.

Comentario de Mervy Enrique González Fuenmayor

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

LA PALABRA DE DIOS, tomada del Evangelio según San Marcos (5,35-43), nos presenta un cúmulo de enseñanzas extraordinarias en orden de entender las mismas y en relación con nuestras vivencias diarias. La fe, la muerte, la resurrección y el poder de Dios se destacan con gran fuerza en este hermoso texto bíblico que a continuación transcribimos:

EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 5,35-43:

35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?».

36 Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas».

37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,

38 fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.

39 Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme».

40 Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.

41 La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate».

42 En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro,

43 y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

Debemos detenernos a reflexionar sobre la actitud del jefe de la sinagoga, cuando llegaron de su casa manifestándole que su hija ya había muerto y que era innecesario seguir molestando al Maestro. No obstante Jesús se dirigió a el reiterándole que no temiera, que tuviera fe. En esta parte del relato cabe suponer que Jesús vio con agrado la fe del jefe de la sinagoga, por lo cual le insiste: “que no tema, que tenga fe”, es decir, que mantenga la fe con la que le pidió al principio que fuera a su casa y la sanara. Es un ejemplo de la fe que nosotros debemos profesar: fe sincera, fe indubitable, fe activa, fe dinámica, fe ciega. También es destacable la situación en la que Jesús ordena que los curiosos, averiguadores y buscadores de espectáculos, se marchen del sitio, con esto Jesús coloca su acción restauradora de la vida, fuera de lo milagrero, del show, de la variedad, de la función circense, etc.

La niña muerta a la orden de Jesús se levanta, lo que muestra la autoridad de Jesús sobre la muerte. Finalmente manda a que le den de comer. En este aspecto, entendemos que la niña necesita comer porque su resurrección es física y no espiritual. Recuérdese que el primer resucitado espiritualmente fue el Hijo de Dios. Bien sabemos que la escritura sagrada nos enseña que los espíritus ni comen ni beben. Del mismo modo en el vídeo reflexivo que ofrecemos a ustedes, se tocan otros asuntos, que seguro estoy, nos servirán de gran ayuda.

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Vídeo Reflexivo: “La curación de la hemorroisa”.

Grabado el jueves 19 de marzo de 2009.

Trasladado a la red el jueves 9 de abril de 2009.

Comentario de Mervy Enrique González Fuenmayor

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

ADEMÁS DE COMENTAR algunos aspectos vinculados con nuestra forma de vivir, partiendo del texto del Evangelio que de seguidas transcribimos, este vídeo reflexivo alude también al tema de la fe.

EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 5,24-35:

24 Mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: “Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada”. 29 Inmediatamente se secó la fuente de su sangre y sintió que estaba curada del mal. 30 Y Jesús, dándose cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se volvió en medio de la gente y preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto?

31 Sus discípulos le replicaron: ¿Ves que la gente te está estrujando y preguntas quién te ha tocado?

32 Pero él miraba alrededor a ver si descubría a la que lo había hecho. 33 La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad 34 .Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal (Mc 5, 24-34).

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Artículo: Perezosos Mentales

Por Mervy Enrique González Fuenmayor.

Redactado el lunes 30 de marzo de 2009

Publicado en la Red el martes 31 de marzo de 2009

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia. República de Venezuela. América del Sur

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¿CUÁNTA GENTE HABRÁ VISTO, TRATADO Y/O ESCUCHADO USTED que solamente se expresa en términos, palabras y actuaciones negativas y derrotistas? Seguramente dirá que son muchísimas, y está en lo cierto, pues un porcentaje muy elevado de la población mundial vive en una continua y permanente sombra de ignorancia, apatía, fracaso y desesperanza. Han olvidado que son seres vivos, criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, que han nacido para ser prósperos, exitosos, triunfadores, para alcanzar cualquier meta o propósito que se hayan trazado. Los seres humanos están dotados de inteligencia, de capacidad mental, de facultades extraordinarias tanto sensoriales como extrasensoriales, para vencer cualquier obstáculo o adversidad. Por allí existe una máxima que repiten aquellos que utilizan su mejor esfuerzo para cumplir sus ideales: “QUERER ES PODER”. Aclaro que cuando utilizo el vocablo extrasensorial no necesariamente me estoy refiriendo a la parapsicología, al espiritismo, al esoterismo, a la cábala, al rosacrucismo, a la Nueva Era o a cualquier otra secta reñida con mi profesión de fe católica. A lo que me refiero son a los dones del Espíritu Santo: el don de ciencia, el don de la palabra, el don de piedad etc.

Tal como lo has leído… “SI LO QUIERES… LO PUEDES”. Lo primero que debes hacer es establecerte una meta o fin, algo que quisieras lograr: un titulo profesional, el triunfo o campeonato en algún deporte, ser un empresario próspero, ser un destacado sacerdote, distinguirte por tu solidaridad con los demás, el reconocimiento social por la justicia con la que actúas, ser auténtico seguidor de Cristo, alcanzar la presidencia u otro cargo político de importancia, ser un buen docente, profesor o maestro. Una vez que hayas delimitado tu aspiración, es tiempo entonces de realizar todas aquellas actividades tendentes a facilitar su logro. Es muy, pero muy importante el ejercicio de una facultad con la cual Dios nos dotó: la facultad de imaginar, de hacer representaciones mentales, de visualizar aquello que deseamos. Mientras más vívida sea la visualización mental, mientras más te vincules con ella, más deseos e inquietudes te sobrevendrán para materializarla. Hay que soñar despierto. Soñar despierto es vivir interna e intensamente lo que deseamos y queremos.
Pero siempre hay perezosos mentales que son incapaces de generar un sólo esfuerzo para alcanzar algo. Son como aquel personaje del chiste que se cuenta en mi ciudad de Maracaibo, que fue a buscar trabajo, el patrono le dijo que efectivamente contaba con una vacante y que debía comenzar desde ese mismo momento, a lo cual este personaje contestó: ¡EL TRABAJO QUE BUSCO NO ES PARA MÍ, SINO PARA MI HERMANO!. Aquí la pereza además de mental es física. Para ser un ciudadano digno, ejemplar, capaz y decente, se requiere en principio ser un buen cristiano, y además ejercitarnos con asiduidad en el gimnasio de la fe, de la esperanza y del esfuerzo.

A continuación tomo prestadas las siguientes líneas, tendentes a reforzar lo que ya expuse:


“LA EFICACIA DE LA ORACIÓN: ¿Por qué pedimos y no recibimos?


Dios no necesita que le expongamos nuestras necesidades, dice el Evangelio. “Bien sabe vuestro Padre lo que necesitáis” (Lc. 12, 30), pero en la práctica quiere que humildemente se las expongamos como si no las conociera; que le pidamos con fe (oración de corazón) y humildad todo cuanto necesitemos, pero dejando en Sus manos la solución.


En el Evangelio se dice que TODO CUANTO PIDIEREIS EN LA ORACIÓN. Observen que dice “Todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe de conseguirla, se os concederá” (Mc. 11, 24). Dos cosas son necesarias: 1º Fe y 2º No vacilar.


Muchas personas se preguntan: ¿por qué Dios no responde a nuestras oraciones? O en otras palabras: ¿por qué nuestra oración no es siempre eficaz, o por lo menos parece no serlo?


Entre los católicos, unos dicen que no somos oídos porque no oramos con la debida humildad; otros porque nos falta la perseverancia; otros porque no nos resignamos a la voluntad de Dios; y la verdadera razón, si no la única de que nuestra oración deje de ser eficaz, es pura y llanamente PORQUE ANDAMOS VACILANDO. Y esto no es opinión nuestra, es sentencia de Cristo: “En verdad os digo que, si tenéis fe y no andáis vacilando, no solamente haréis lo de la higuera, sino que, aun cuando digáis a ese monte, arráncate al mar, así lo hará, y todo cuanto pidiereis en la oración, si tenéis fe, lo alcanzaréis” (Mt. 21, 22)

Y a Sor Josefa Menéndez la reveló particularmente esta misma doctrina que estamos enseñando, al decirle: “Si vacilan, si dudan de Mí, no honran mi Corazón. Pero si esperan firmemente lo que me piden, sabiendo que sólo puedo negárselo si es conveniente al bien de su alma, entonces me glorifican”


Cristo no puso un límite ni a su omnipotencia ni a nuestra confianza. Dios quiere que le pidamos como a Padre, con entera confianza de hijos. Al Padre le toca discernir si las concede o no.


Basados en estos mismos principios de Fe y Esperanza, Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, le hicieron aquella famosa petición que tanto molestó al resto de los apóstoles. “Maestro, quisiéramos que nos concedieses TODO CUANTO TE PIDAMOS”. Y el Señor, sin reprenderlos en lo más mínimo por la palabra TODO, les preguntó: ¿Qué cosa deseáis que os conceda? Y cuando la oyó, les contestó: “No sabéis lo que pedís” (Mt. 20, 22). Sin embargo, a pesar de que “no sabían lo que pedían”, sacaron al final un asiento muy elevado en el reino de Dios: “Os sentaréis (les dijo a los doce) sobre doce sillas, juzgando a las doce tribus de Israel”. Y en la última cena, cuando instituyó la Eucaristía, el Sacramento del Amor, se sentaron uno a la derecha y el otro –según revelaciones de Anna Catalina Enmerich- a la izquierda.


Muy pocas personas hay en este mundo que, de una manera constante y ordinaria, sepan pedir lo que ellas mismas quieren en las diversas ocasiones de la vida. El andar vacilando de una cosa a otra es lo más común, y aunque en ocasiones tomemos una resolución que aun a nosotros mismos nos parezca definitiva, todavía pasa, con demasiada frecuencia que “llevamos la procesión por dentro” temiendo que hayamos hecho un disparate. Es el “no sabéis lo que pedís”. O dicho de otro modo: “vacilamos en nuestra oración”, pues algo nos dice en nuestro interior que esa petición estaba viciada de pasión o ambición personal desde la raíz.


¿Por qué Dios, decimos en ocasiones, no ha escuchado mi oración? Esto es lo que se llama el problema de la oración no respondida. Nuestra respuesta es la de Santiago: “Pedimos y no recibimos, porque pedimos mal” (St. 4. 3). Y pedimos mal, porque pedimos –entre otras cosas- sin la debida fe, y sobre todo porque andamos vacilando, amén de querer satisfacer nuestras pasiones poco ordenadas.

EN DIOS NO HAY EXCLUSIÓN DE PERSONAS


Cuando Jesús dijo: “Todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama se le abrirá” (Mt. 7, 8), no hizo exclusión de ninguno, fuera israelita, romano o cananeo; y así Cristo, admirando la fe de la mujer sirio fenicia (de religión pagana), le concedió inmediatamente lo que pedía, obrando un portento a favor, no de ella, que era la que creía, sino a favor de la hija (creyera o no), por la cual la madre, llena de fe, suplicaba.


Nadie puede considerarse excluido. Todo el que pide con fe, sin andar vacilando, recibe, aunque no sea cristiano, sea protestante, o sea un católico muy pecador. Queda, pues, echada por tierra la objeción de algunos: ¿Cómo voy yo a pedirle a Dios tal o cual cosa, si soy un desastre que le fallo a Dios constantemente?


Sobre estas almas, que por haber pecado se sienten alejadas del Señor, dice algo muy consolador el propio Jesús a Sor Josefa Menéndez: “Estas almas no me conocen; no han comprendido lo que es mi divino Corazón…porque precisamente sus miserias y sus faltas son las que inclinan hacia ellas mi Bondad. Si reconocen su impotencia y debilidad, si se humillan y vienen a Mí llenas de confianza, me glorifican mucho más que antes de haber caído”

Todos, por tanto, hombres y mujeres, justos y pecadores, católicos, protestantes, moros o judíos están incluidos en aquellas palabras de “el que pide, recibe”. Dios quiere que todos los hombres se salven, sean justos o pecadores, todos son obra de sus manos, y todo el que pide con fe, sin vacilar, le da Dios ampliamente y con generosidad. La eficacia de la oración está en razón directa de nuestra confianza.


Pero hacemos notar que no se trata de la confianza en la oración, sino de nuestra confianza en Dios. No hay que tener fe en nuestra fe, sino fe en Dios. Creer en la bondad de Dios Padre, que me ha prometido darme todo lo que necesite, si se lo pido sin vacilar. Pero el problema que se suele dar es que el que vive en pecado habitual, el que es consciente de estar separado de Dios por un concreto estado de pecado, y más aún si el pecado concreto es de caridad (odiar o sentir rencor por otros) influye en que disminuya su confianza, y que por tanto su oración sea ineficaz. Por eso el santo es el que más recibe, no porque sea santo, sino porque confía más que nosotros en el amor de Dios. Está más unido a Él y conoce bien su infinita Bondad y su deseo de dar.


“Por medio de la confianza obtendrán copiosísimas gracias para sí mismas y para otras almas. Quiero que profundicen esta verdad porque quiero que revelen los caracteres de mi Corazón a las pobres almas que no me conocen” (El Señor a Sor Josefa Menéndez)


Hay personas que afirman: Le he pedido a Dios que me diera dinero para poder atender a mi hijo que estaba muy enfermo y no me ha escuchado. Conclusión: Dios no me ha oído, luego no existe. Y desde entonces su confianza actual en Dios se ha reducido a cero.


NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA


Si tú tienes la fortuna de saber de un modo cierto “lo que realmente quieres”, tendrás mucho adelantado al hacer tu oración, pues no andarás vacilando de una petición a otra.


Suponiendo que sepas lo que quieres, queda aún por averiguar: ¿Es esto lo que te conviene? Aquí entran de nuevo las vacilaciones. Cristo Nuestro Señor no se comprometió a darte siempre lo que más te conviniera, sino lo que le pidieras con confianza. Por ejemplo. San Francisco de Borja, antes de entrar a jesuita, rezaba por la salud de su esposa enferma con total confianza. El Señor se le apareció y le dijo: “Te concedo lo que me pides: la salud de tu esposa, pero te advierto que ni a ti ni a ella os conviene”. El santo entonces, aceptó con generosidad la voluntad de Dios y su esposa falleció a los pocos días. Por eso, cuando pedimos a Dios algo –sobre todo si es material o de orden natural- conviene que añadamos, al igual que San Francisco de Borja o el mismo Jesús en el Huerto de los Olivos, “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. O bien: “Que se haga, Señor, como tu dispongas”.


Había un padre muy querido en una poderosa ciudad. Enfermó de tifus, y, a pesar de haberle dado la mejor asistencia, siendo asistido por los mejores médicos, su fin se acercaba irremisiblemente, en opinión de los facultativos. Pero fueron tantas y tan fervientes las oraciones que por su salud se hicieron, que finalmente sanó, siendo el caso considerado, por muchos, como milagroso. La oración había triunfado….Dos años más tarde moría en un sanatorio mental, presa de una locura espantosa… Una de las personas que más había rogado, nos decía compungida: “¡Cuánto mejor hubiera sido que muriera de tifus!”. (Cf. Padre Heredia. Pág. 91 Una fuente de Energía)


De aquí deducimos una cosa bien clara: si al orar no nos ponemos en las manos de Dios, diciéndole: “Hágase tu voluntad”, llevamos siempre las de perder, aun en el caso de que nos conceda lo que pidamos.


Sobre esto, en concreto, dice San Agustín:


<>. Luego –concluye San Agustín en uno de sus sermones- no siempre es bueno recibir lo que se pide.


Esto no quiere decir que no pidamos. Todo lo contrario. Hay que pedirle muchas cosas, todas las que necesites, pero mostrándole en esta petición, nuestro sincero deseo de que se cumpla sólo Su santa Voluntad, demostrando con este gesto lo mucho que nos fiamos de Él. La Voluntad de Dios es siempre lo mejor y el mayor bien para el hombre. Este ejercicio continuo de pedir y dejarnos en sus manos irá formando en nosotros el verdadero hábito de la oración y de la confianza. Y esto nos dará paz. Paz aun en medio de la tribulación, la enfermedad o la soledad. Hay personas que nunca tienen paz, porque no terminan de confiar en Dios, y porque creen que sólo si Dios les da lo que ellas creen bueno estarán contentas. Debemos, por tanto, acostumbrarnos a pedir y a depender después de Dios en nuestra petición, que es lo que Cristo nos enseñó de palabra y con el ejemplo.


Pero si, a pesar de todo, nosotros queremos hacer nuestra propia voluntad y continuamos pidiéndole a Dios lo que queremos, considerando que nuestra felicidad está en que me dé aquello y sólo aquello que yo interpreto como lo mejor para mí, puede ocurrir que Él, en algunas ocasiones, te lo conceda, pero…no te quejes después si el resultado no era como tú habías imaginado. Como dice el refrán: “Tú lo quisiste, fraile mostén; tú lo quisiste, tú te lo ten”(sic).

(por mariamensajera @ 14:41).

Finalmente hay que permitir que Dios entre en nuestra corazón, en nuestra mente y en nuestro espíritu, pero esa entrada debemos desearla, quererla sinceramente, espontáneamente, decisivamente, solamente así tendremos la seguridad de que el proyecto de salvación elaborado por Dios para nosotros se cumpla. ¡Ánimo! ¡Gozo! ¡Alegría!

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Vídeo Reflexivo: “La sanación de la suegra de Simón (Pedro)”.

Grabado el jueves 19 de marzo de 2009.

Trasladado a la red el martes 31 de marzo de 2009.

Comentario de Mervy Enrique González Fuenmayor

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

EN ESTE EPISODIO BÍBLICO PODEMOS NOTAR cómo nuestro Señor Jesucristo apenas cuando le dijeron que la suegra de Simón estaba enferma, no hizo reparo alguno en acudir a la casa donde permanecía para sanarla. Muestra esta actitud de Jesús no solamente su preocupación por los que están frente a él, por los que se relacionan con él, sino también por lo que están ausentes, por aquellos que sufren sus penalidades sin que la mayor parte de las personas se enteren de ello. Por eso Jesús acude a sanar a la suegra de Simón Pedro, no tanto para dejar constancia de su poder sino para que quede como una enseñanza de que las bendiciones, los frutos y los beneficios materiales o espirituales pueden ser recibidos de Dios padre, de Jesús y del Espíritu Santo sin necesidad de que se tenga una vinculación presencial con ellos. Basta tener fe y tener fe como un granito de mostaza para poder asegurar que nuestras oraciones, nuestros pedimentos, nuestras solicitudes, llegarán al conocimiento de Dios, siempre que estén envueltas en una fe infinita, en una subordinación, en un amor y en un afecto sin límites hacia Dios. Nos enseña también este fragmento de la palabra de Dios, la gratitud que debe permanecer en la persona que ha sido beneficiada con el amor de Dios. Es común ver el poco agradecimiento, la ingratitud y la falta de reconocimiento por los favores que se han alcanzado. Una vez que la persona ha recibido el auxilio divino, se olvida de él muy pronto y regresa a su vida pecaminosa, licenciosa y ajena a la orientación de Dios. Es así que la suegra de Simón, al ser sanada inmediatamente se puso a servirles, lo cual habla muy bien de su amor, fe y agradecimiento a nuestro Señor Jesús.

Por considerarlo un interesante, me permito transcribir los siguientes trozos de texto, que podrían ser de gran utilidad para mis lectores:


«La suegra de Simón (Mc 1,29-39)

Nos cuenta el Evangelio d que Jesús se fue a la casa del futuro jefe de los apóstoles y “la suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos”.

Es una sanación más que hace el Maestro, dejando evidente que el Reino de Dios no es solamente algo espiritual, o solamente algo para “la otra vida”, sino que nos compromete con las realidades concretas de este mundo.

El sanó la suegra de Pedro y varias otras personas, sea de enfermedad física, sea de enfermedad psico-espiritual: es un gesto de amor de Dios hacia nosotros, gesto que muestra que nuestras inquietudes le interesan.

Notemos la expresión “se lo dijeron”, para enseñar que hemos de mantener un diálogo fluido con Jesucristo, presentándole también la situación de otras personas a quienes queremos bien.

El Señor nunca se pone indiferente delante de las miserias humanas y toma la iniciativa de hacer algo para mejorar la situación. En este caso, se puso más cerca, la tomó de la mano y este contacto la hizo restablecerse.

La reacción de la suegra de Simón Pedro es ejemplar: “se puso a servirlos”.

Está siempre latente el riesgo de uno de pedir cosas, como sanación, beneficios económicos y tranquilidad y, después de recibir muchas bendiciones de Dios, se olvida de todo, se muestra ingrato y lo que es peor: vuelve a su egoísmo de antes.

Es hermoso pedir con fe por nuestras necesidades y las de los demás también, pero es sumamente necesario ser agradecido al Señor. Y le agradecemos cumpliendo sus mandamientos.

Otro aspecto interesante es la persona de la “suegra”, figura, a veces, tan polémica dentro de las familias.

Hay suegras que son verdaderas hadas y ejercen una benéfica influencia para la pareja, pues saben mantener conveniente distancia, son fervorosas en la oración por los otros y les agrada ser disponibles.

Infelizmente, hay también la otra cara de la moneda: suegras que se meten demasiado en la vida de la pareja, estimulan en el hijo una “eterna mamitis” y les gusta decir que todo lo que la nuera hace está mal, porque no cuida bien de la casa, no sabe cocinar, gasta mucho en la peluquería, etc.

A todos de la familia es fundamental considerar: Jesús nos sana gratuitamente, por lo tanto, levantémonos y pongámonos al servicio de los demás.

(hnojoemar@bol.com.br , Hno. Joemar Hohmann).

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Vídeo Reflexivo: “Las Bodas de Caná de Galilea”.

Grabado el miércoles 4 de marzo de 2009.

Trasladado a la red el lunes 16 de marzo de 2009.

Comentario de Mervy Enrique González Fuenmayor

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

A MANERA DE INTRODUCCIÓN para el comentario de este vídeo reflexivo, he tomado parte de la Catequesis del Papa Juan Pablo II, ofrecida durante la audiencia general de fecha miércoles 26 de febrero de 1997. Espero que estas notas les sean útiles:

Catequesis de SS Juan Pablo II (+):

(Durante la audiencia general del miércoles 26 de febrero de 1997).

María en las bodas de Caná

1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.

Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2, 1) y, como para sugerir que esa presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por los esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris Mater, 21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con sus discípulos» (Jn 2, 2). Con esas palabras, San Juan parece indicar que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de la Encarnación, María es quien introduce al Salvador.

El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad.

Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn 2, 3), María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva. Más precisamente, según algunos exégetas, la Madre espera un signo extraordinario, dado que Jesús no disponía de vino.

2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.

En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vino.

De ese modo, María procede en la fe a los discípulos que, cómo refiere San Juan, creerán después del milagro: Jesús » manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2, 11). Más aún, al obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe.

3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4), expresa un rechazo aparente, como para probar la fe de su madre.

Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no elimina el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los diálogos con la cananea (cf. Mt 15, 28), la samaritana (cf. Jn 4, 21), la adúltera (cf. Jn 8, 10) y María Magdalena (cf. Jn 20, 13), en contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.

Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mi y a ti?», Jesús desea poner la cooperación de María en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación de su papel natural de madre.

4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn. 2, 4).

Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación de San Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que la frase es interrogativa y prolonga la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?» (Jn 2, 4). Jesús da a entender a María que él ya no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir sus órdenes.

En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta el borde» (Jn 2, 7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.

La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.


De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15, 24-26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.

El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7, 7; Lc 11, 9).

(La versión electrónica de este texto ha sido realizada por el Movimiento de Vida Cristiana).

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La Nota Corta: “Milagros: ¿Los merecemos? ¿Tenemos derecho a ellos?”.

Por Mervy Enrique González Fuenmayor.

Redactado el lunes 23 de febrero de 2009.

Publicado en la Red el miércoles 25 de febrero de 2009.

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.


https://i0.wp.com/caminoaemaus.com/drupal/files/images/Milagro_panes_y_peces.jpg

EL TEMA DE LOS MILAGROS HA SIDO ABORDADO desde diferentes ángulos, desde diferentes perspectivas, incluyendo la perspectiva racional, cognitiva, intelectual y científica. La mayor parte de las personas creen que tienen derecho a recibir algún milagro de su santo patrono, de su patrona, del mismo Dios o del santo a quien veneran. Su argumento para concluir tal aseveración es que todos somos criaturas de Dios y siendo Él misericordioso, justo y caritativo, es obvio que sus milagros son para todos, bastando para ello que los pidamos para obtenerlos. Otras argumentaciones tienen que ver con «el mayor o menor grado de pobreza» que se ostente o exhiba. De tal suerte que en la medida en que seamos más pobres, pareciese que el milagro se hará más prontamente. Lo mismo sucede con la humildad, pues se cree que en tanto más humilde sea el peticionario del milagro, en la misma proporción recibirá lo que se pide. Estas conclusiones por supuesto tampoco son ciertas de manera absoluta, porque ni la pobreza, ni la humildad, ni la buena disposición al servicio de Dios son garantías para obtener un milagro. Yo conozco gentes que siendo muy pobres, en el fondo poseen actitudes más reprobables que aquellos que son ricos y poderosos desde el punto de vista económico, político o social. Hay pobres que si fueran ricos ya habrían acabado con el planeta tierra, con sus abusos y malos comportamientos y violación de los derechos humanos que serían realmente insoportables. De esta forma tampoco es la humildad, la pobreza o la disposición al servicio del Señor el aval para que se lo concedan las cosas que pedimos.

Los más cultos y estudiados, generalmente profesionales universitarios o gente vinculada estrechamente con el servicio de Dios, creen a pie juntillas que son merecedores del milagro que solicitan habida cuenta de que han hecho suficientes méritos y trabajos al servicio de la causa celestial. Es decir que el labrar sus obras, sus trabajos en beneficio de la humanidad o de la sociedad, o el servicio absoluto al Señor, les hace forzosos destinatarios de la bienaventuranza divina. Se trata, si lo vemos objetivamente, de una especie de contrato bilateral, sinalagmático perfecto, dadas las circunstancias de que si yo realizo obras buenas y en cantidad suficiente y satisfactoria a los ojos de Dios, ya esta situación obliga a nuestro Padre Creador, a Dios, al santo a quien veneremos, a la virgen cuya advocación también veneremos, a proveernos el milagro que le pedimos. En este caso da la impresión de que es fácil «contratar con Dios la provisión de un milagro». Como puede ver el lector la autonomía, el poder, la disposición de nuestro buen Dios han sido mercantilizadas por este grupo de personas en función de las obras que ellos realizan, lo cual no deja de ser un burdo negocio civil o mercantil, toda vez que su amor a Dios y su fe en Él es interesada y labrada en función del lucro, de la renta o del bienestar que el mismo Dios pueda darles.

El apóstol Santiago nos dice que la fe sin obras es muerta. De manera que podemos tener mucha fe, amar mucho al Señor, pero si no tenemos obras qué mostrarle, obviamente estaremos en condiciones inferiores a aquellas personas que teniendo mucha fe y amando al Señor tengan obras, servicios realizados en beneficio de la predicación, de la construcción del Reino del amor, de la práctica de la caridad cristiana, del amor al prójimo y de la solidaridad con los que menos tienen y con los que sufren. Lo que tratamos de decir es que para exhibir obras no se requiere ni dinero, ni salud, ni riquezas, ni poder, etc. Quien quiera practicar la bondad lo único que necesita es disposición para hacerlo. Muchas veces argüimos la excusa de no visitar un enfermo o a un recluso o preso, porque no tenemos nada que llevarle. Estas son excusas baladíes, pues muchas veces el enfermo, el preso, el sufriente, la persona que tiene problemas, el ser humano que padezca de soledad y que viva un estado frecuente de ansiedad, de depresión, de tristeza, en fin, de malvivir, agradecería más una palabra motivadora, una palmadita en el hombro, una palabra de fe y de buenos deseos, que cualquier otra cosa material que pudiéramos llevarle. No hay razones para no tener obras. Como tampoco hay razones para no tener fe en Dios. Basta con ver la cantidad de milagros que realizó en su tránsito por este mundo y que continúa realizando con otros. Dios es el mismo ayer, hoy y siempre.

En relación con los milagros, a su petición y a su obtención, de lo que se trata es no de recibirlos ni de pedirlos, sino más bien de nuestro amor a Dios, de la intensidad mayor o menor de nuestra fe y de poner en práctica nuestras actitudes, conductas y comportamientos en beneficio de la construcción del Reino del amor, de la predicación del evangelio y de la solidaridad por los que sufren, por los que no tienen nada. De lo que se trata es del ejercicio de la caridad cristiana, de la buena disposición para traer almas al redil, en definitiva del cumplimiento del nuevo mandamiento del amor que Jesús nos trajo: «Amarás al señor tu Dios con toda la fuerza de tu corazón… y al prójimo como a ti mismo». Si cumpliésemos este mandamiento, con toda seguridad el Señor proveerá todo cuanto le pidamos. A diferencia de nuestra profesión de fe católica, los protestantes pretenden interpretar «racionalmente» las escrituras, llegando el punto de expresar que aunque tú tengas obras y tu fe no sea tan intensa, no obtendrás el milagro. Realmente esto es una blasfemia, pues Dios es el único que puede decir quién se merece un milagro, Él es omnipotente, omnisciente y omnipresente. Él es el principio y el fin. Es la plenitud. Él es la verdad y el camino. Él conoce a cada uno de nosotros aún antes de que naciéramos, aún antes de que nuestros pensamientos sean pensados. Por ello es una pretensión bien infundada hacernos creer que la interpretación exégetica, auténtica y subjetiva efectuada por nosotros los mortales (especialmente por los protestantes), pueda tener visos de definitiva, ignorando que solamente a Dios le corresponde todo, pues Él es la plenitud, es la nada y es Él todo, Él es en Él, por Él y para Él.

No obstante transcribiré algunos segmentos de la predicación del Pastor protestante Cash Luna en la cual se refieren medias verdades y medias mentiras, por ello no me solidarizo con esa predica, dejando a salvo la algunas citas bíblicas, las que en algunas oportunidades también han sido modificadas por la Biblia que esa secta utiliza. Recordemos que ellos son seguidores del protestantismo, originado por el cisma de la Iglesia Católica en época del Lutero y de Calvino, quienes por problemas personales con el Papa de la época se fueron de nuestra Santa Iglesia Católica y montaron tienda aparte. De allí que nosotros lo digamos con la certeza que obra del Espíritu Santo y todo los hechos debidamente documentados por la Santa Iglesia Católica que es la única, universal y verdadera iglesia. Veamos entonces las notas de Cash Luna, manteniendo siempre el cuidado de no caer en las omisiones, desviaciones y modificaciones que de la Palabra del señor realiza ese Pastor y su predicación:

¿Qué debo hacer para recibir sanidad u obtener un milagro?


Ésta es una pregunta que la gente se hace frecuentemente. En el libro de Hechos, se narra el milagro de un cojo de nacimiento, al cual llevaban a la entrada del templo que se llamado la Hermosa a pedir limosna. Un día cuando Pedro y Juan iban a entrar al templo, él fijó la mirada en ellos, obviamente esperando recibir algo. Pedro con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”. Y tomándolo de la mano asió de él y le dijo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Le sanaron en el nombre de Jesucristo. (Hechos 3:1-8) Más adelante, en la Palabra quedo escrita una de las cosas que hay que hacer para recibir milagros. En el versículo 12 dice: “Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿Por qué os maravilláis de esto? ¿Por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” Un milagro no se recibe por ningún poder humano, ni siquiera por su amor o piedad, aunque la Biblia dice que la fe obra por amor, pero el amor sólo como tal no produce un milagro, pero la fe sí. Es importante pues, tener fe para recibir un milagro sin dejar de tener amor para ministrarlo. La clave para recibir un milagro está en el versículo 16, donde dice: “…la fe que es por Él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros”. La sanidad que este recibió fue por la fe en el nombre de Jesús todo poderoso. Es Jesús el que murió para perdonar todos nuestros pecados, pero a la vez también quien sufrió todos nuestros dolores, quien llevó nuestras enfermedades y por su herida fuimos sanados. De tal manera que no es por nuestro amor, no es por nuestro poder, pero sí por la fe en el nombre de Jesús. Crea en el nombre de Jesús. En el libro de Gálatas 3:5 dice: “Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿Lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” El problema por el que quizás no ha recibido un milagro es porque esta buscando que obra hacer para recibirlo, y lo que esta tratando de hacer es comprarlo, y los milagros Dios no los tiene a la venta; es la fe la que los produce. Escuche con fe la Palabra de Dios, escuche con fe sus promesas, y usted va a recibir ese milagro que tanto a deseado y querido. Regularmente, cuando empiezo a ministrar, he hecho una prueba con la gente, comienzo a dar testimonio de los milagros impresionantes de los que he sido testigo. Por ejemplo: el pecho de una mujer creció porque no tenía, el Señor hizo un milagro creativo y la reestructuró. Al hacer esto, empiezo a ver como la gente que esta en el auditórium abre sus ojos y tiene fe; otros fruncen el ceño y demuestran su falta de fe, y la duda ante lo que estoy contando. Obviamente, hay gente que esta oyendo con fe, y otros sin fe. Si eres una persona que le cree más a Dios que lo que lo estudia, seguramente eres un candidato para recibir un milagro. Y la última cosa que quiero decirles al respecto, se encuentra en Marcos 11:24 que dice: “Por tanto, os digo que todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. ¿Qué hacer entonces? Pedir a Dios ese milagro creyendo que lo recibirá, y entonces vendrá. Pida creyendo y lo recibirá.

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