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La Nota Corta: “Una elección importante: ¿Conocimiento o sabiduría?”

Por Mervy Enrique González Fuenmayor.

Publicada en la Red el miércoles 1 de abril de 2009.

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

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SOLICITARLE AL SEÑOR QUE NOS DÉ SABIDURÍA es un privilegio y un beneficio que hemos obtenido por el sacrificio de Jesús, pues si bien es cierto que por el pecado de un hombre entró la muerte a todos los hombres, también por el sacrificio limpio, puro, sin mancha, desde donde sale el sol hasta el ocaso, entró la gracia y el perdón, ese sacrificio de nuestro buen Jesús, que nos redimió tanto de las culpas pasadas, como de las presentes y también de las futuras. Todas esas razones nos llevan a afirmar que es muy importante la sabiduría en el ser y esa sabiduría no llega del conocimiento humano; la sabiduría es un tesoro que proviene de lo alto. No importa cuál sea tu situación, ve y pídele al Señor sabiduría, serenidad para aceptar aquellas cosas que no puedes cambiar; aunque tú hagas los esfuerzos que hagas, aunque tú proyectes y programes lo que a bien tengas, hay cosas que no podrás cambiar nunca. Pero entonces, también pídele al Señor que te dé valor, valor para cambiar aquéllas cosas que sí puedes cambiar. Pero todas estas invocaciones, imploraciones y solicitudes que le haces al Señor no serían válidas, no serían legítimas, si no le ruegas al Señor que te dé la sabiduría para distinguir entre aquellas cosas que no puedes cambiar y aquellas que sí puedes cambiar. Y en estas últimas, también debes rogar al Señor para que te dé la fuerza suficiente, el valor necesario, para emprender el cambio de esas cosas. A veces son realidades exteriores a nuestra vida, pero la mayor parte de ellas son realidades de nuestra interioridad. El cambio viene de dentro hacia fuera, no de fuera hacia dentro. Debemos cambiar nosotros mismos para poder obtener una transformación exterior y del mundo que nos rodea. Cambiar la pobreza en riqueza de espíritu, la injusticia en justicia, lo malo en lo bueno, lo oscuro en luz, el hambre en abundancia física y espiritual. El secreto de todo está en comprender el gran problema de la vida y la misión que a cada uno nos ha asignado el Hacedor Supremo. El problema de la vida lo conoces bien. Somos viajeros del tiempo que vamos camino a la eternidad. Dios nos ha dado a cada uno el tesoro inapreciable de la vida. Encerrando en la cárcel de un cuerpo de barro, la realidad de un espíritu inmortal. Nuestra misión, que llamaríamos interna, no puede entonces ser otra que la de cuidar y hermosear nuestra alma, la de purificarla, aquilatarla y llenarla de los supremos encantos del amor divino. La misión externa la debes deducir del medio ambiente en que te encuentras, del malestar social, familiar, que tu alrededor adviertas, de las necesidades morales o materiales que vayas palpando, y también de tus propias inclinaciones, actitudes y aptitudes para aliviar el mal de los demás, bien sea espiritual, religioso, moral o económico. Es necesario comprender las obligaciones que impone el precepto de Cristo de amarnos los unos a los otros. No somos partículas sin cohesión, dispersas y perdidas en la sociedad, sin obligaciones sociales. Somos células vivas de una sociedad en marcha, no podemos despreocuparnos de su mejoramiento ni de su bienestar, ya que éstos son el resultado lógico de la colaboración de todo el organismo, de cada una de sus partes y de cada una de sus células. Tu misión como cristiano debe ser, entonces, el apostolado de la verdad y del bien, la irradiación de la luz y de la belleza, de la bondad y del amor del divino Evangelio de Jesús. ¡Ánimo! ¡Gozo! ¡Alegría!

(Tomado parcialmente de GONZÁLEZ FUENMAYOR, Mervy Enrique. Oración “Espíritu de Sabiduría”. Venezuela. 2008. SPE/SPI [En línea] http://mervyster.blogspot.com).

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La Nota Corta: “Hablar con autoridad”

Por Mervy Enrique González Fuenmayor.

Redactada el sábado 28 de marzo de 2009.

Publicada en la Red el lunes 30 de marzo de 2009.

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

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UNA DE LAS CAUSAS POR LAS CUALES EL MUNDO NOS OBSERVA con desconfianza y hasta con cierta ironía y sorna, es la relacionada con nuestra doble moral, con la falta de autoridad con la que hablamos, actuamos y pensamos. No somos auténticos cristianos y mucho menos personas que se involucran con los problemas de la sociedad. Nos creemos terrenos aislados, compartimientos estancos desvinculados del entorno social, de la vida en común y de la humanidad. A propósito, y algunas veces por ignorancia, olvidamos que somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y el tope de la creación de nuestro Señor. En la palabra de Dios, Jesús siempre habla con autoridad, autoridad que es capaz de resucitar a un muerto, sanar a un paralítico, hacer ver a un ciego, sanar a una hemorroisa, expulsar demonios y cualquier otro acto o milagro inimaginable. Así es el gran poder de Dios. Y ese poder, esa autoridad, también reside en nosotros, porque somos santos y porque el propio Jesús así se lo manifestó a sus discípulos. Nuestra palabra, al igual que la palabra del Señor, tiene poder. Lo que ocurre es que a veces le damos más importancia a las técnicas humanas que a nuestra propia fe y por ello los resultados no son siempre los que se desean. De allí que en algunos casos seamos el hazmerreír, con la agravante de que sometemos al entredicho la Palabra de Dios y su gran poder. Desconfiamos frecuentemente de la enseñanza que Dios nos legó por intermedio de sus profetas en el Viejo Testamento y las excelsas y sublimes contenidas en el Nuevo Testamento, procedentes del mismísimo Dios en la persona de Jesús. A tales efectos resulta de gran pertinencia traer a colación las palabras del Papa Pablo Sexto quien nos recuerda en su exhortación sobre la evangelización del mundo contemporáneo: «Tácitamente o a gritos pero siempre con fuerza se nos pregunta: ¿creen verdaderamente en lo que anuncian? ¿Viven en lo que creen? ¿Predican lo que viven? Hoy más que nunca el testimonio de la vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del evangelio que proclamamos» (números 76, siguientes).

No se trata entonces de referirnos al texto bíblico o a la palabra de Dios como un manantial de fuerza, de poder, de gracia, de misericordia, de piedad y de milagros. De lo que se trata realmente es de nuestra forma de conducirnos y de actuar en la sociedad. ¿Hasta qué punto somos auténticos cristianos atribuidos de la autoridad con la cual Cristo nos enseñó y delegó en nosotros tan extraordinaria facultad y poder? Se trata de nuestra ninguna o poca fidelidad o lealtad hacia el Señor y su palabra. Nuestros rasgos carnales y la debilidad de esa carne nos lleva a dudar de la fuerza, del poder, de la magnificencia, de la verdad y del extraordinario amor con el cual Dios se ha manifestado no solamente en obras, sino también en la persona del verbo encarnado, de su hijo amado: nuestro buen Jesús.

Es triste ver como depreciamos nuestra vida en asuntos banales, triviales, sin importancia y preñados de vacíos e insustancialidades. Todavía no nos hemos dado cuenta que Jesús vino para que construyamos el reino del amor a través del perdón, de nuestro sacrificio por el prójimo, por el poder de la autoridad que él representa y que nosotros estamos obligados a extenderla con nuestras iniciativas, con nuestra fe inquebrantable en su palabra, en su amor, en su fidelidad y en recordar siempre que Dios no miente y que siempre cumple lo que promete. En nuestras relaciones interpersonales debemos tener siempre presente que somos hijos de Dios y que como tal ha de ser nuestro comportamiento, nuestro proceder y nuestra actitud. De otro modo comprometemos peligrosamente de la fe de los demás e igualmente la firmeza, veracidad e imperatividad de los mandatos, preceptos y enseñanzas contenidas en la Santa Biblia. No queramos pasar a la historia de nuestro ciclo vital como desertores o traidores del Señor.

En conclusión se nos pide y se nos exige que hablemos con la autoridad que el Señor nos legó. Es demasiado trascendente e importante la misión que nosotros tenemos en la edificación del reino de Dios. En razón de ello debemos comportarnos de manera honesta, decente y cumplidora, no solamente de las obligaciones sociales, legales y terrenales, sino también subordinarnos a la preceptiva, designios, enseñanzas y mandatos expresados en el texto sagrado por boca de los profetas enviados por Dios y por la boca del mismísimo Jesús, el Verbo Encarnado, el Mesías, el Hijo amado de nuestro Señor.

Asumir el compromiso de ser cristiano va unido a la circunstancia de hablar con autoridad donde quiera que vayamos, y la tarjeta de presentación de la autoridad con la cual debemos proceder es la Palabra de Dios. No temamos cuando nos involucremos en las causas justas y en las cuales podemos arriesgar incluso nuestra propia vida. Es preferible mil veces que nos recuerden por haber muerto cuando interveníamos a favor del débil, del desprotegido o de una causa noble, que haber muerto cometiendo un hecho ilícito, haber abusado de nuestro prójimo, o haber cometido un pecado mortal. Tuya es la decisión, por lo tanto también tu futuro. ¡Ánimo! ¡Gozo! ¡Alegría!

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La Nota Corta: “Algunos falsos cristianos”.

Por Mervy Enrique González Fuenmayor.

Redactada el miércoles 18 de marzo de 2009.

Publicada en la Red el martes 24 de marzo de 2009.

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

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EN LA PALABRA DE MATEO en su Capítulo 7 versos 15 al 20, el Señor nos dice: tengan cuidado de los falsos profetas que se presentan cubiertos de pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces, por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los d espinos e higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se le corta y se le echa al fuego, por sus frutos, entonces, lo reconoceréis. Esta es la palabra del Señor y en ella se encierra una gran enseñanza: el verdadero cristiano es un árbol que produce frutos. Hay cristianos falsos que ocupan terrenos inútilmente, son parásitos de los demás, no han descubierto para qué los creó Dios. Cada ser humano es una obra pensada por el creador y debe cumplir su misión, debe dar frutos, por su frutos los conoceréis. Porque hay frutos buenos y frutos malos. Hay quienes alimentando intereses egoístas se afirman en el dinero y en sus ganancias, en el sexo y sus placeres, en el poder y sus privilegios, aquí, los frutos son destructivos del hombre, porque no alimentan su trascendencia sino el momento presente. Estos frutos, hermanos y hermanas, no son los que Dios espera, porque Cristo nos enseña que estamos aquí para reconstruir lo dañado y presentarlo a Dios. Estamos aquí para aplicar la redención a los hombres de nuestros tiempos enseñando a vivir la fe que se expresa en la caridad, creando unidad fraternal bajo la paternidad de Dios, construyendo un reino que sacia plenamente las ansias de felicidad del genero humano. Estos son los frutos que Dios espera. Estos son los frutos de los verdaderos cristianos. ¡ÁNIMO! ¡GOZO! ¡ALEGRÍA!

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Oración: “Enséñame a ser yo”.

Por Mervy Enrique González Fuenmayor.

Tomada de su versión original del jueves 3 de julio de 1997.

Trasladada a la red el martes 24 de marzo de 2009.

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

(Fragmentos elegidos de la sección: «MERVY GONZÁLEZ ESTÁ CONVERSANDO CON…» que formó parte de un programa radial en el que participó como conductor por espacio de cuatro años aproximadamente: 1996, 1997, 1998, 1999, que se trasmitía en una estación radioeléctrica ubicada en la ciudad de Maracaibo, Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur).

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ORACIÓN —


Te seguiré, Señor.

Hoy decido subir contigo,

camino de Jerusalén.

No me importa el peligro,

me bastan las señales de tus pies.

Si contigo la muerte viene,

a Pascua subirá después.

Dame la decisión, Señor,

de serte siempre fiel.

Dame el don de saber admirar.

Cada día tú me enseñas

nuevos caminos de amor.

Hoy tu Palabra me dice

que en la vida todo es don,

no llorar por el jardín

mientras se goza de la flor.

El miedo me tranca, Señor.

El alba vence las tinieblas

y da sentido a cada cosa.

La verdad es aurora de la vida

y llena de alegría la tierra.

Solamente tu luz y tu verdad

consagran la belleza de las obras.

Dame el don de vivir en libertad

y rompe el miedo de mi boca.

Enséñame a ser yo.

Ser lo que soy es caminar en la verdad,

amarme como soy.

Es crecer sin rivalidad.

¿Cuánto amor necesito para aceptar mi identidad?

Dame tu luz, Señor de la mañana

y enséñame a vivir en humildad.

Amén y amén.



— APLICACIÓN A NUESTRA VIDA —


¡QUÉ HERMOSO ES PLATICAR CON EL SEÑOR! en un diálogo afectuoso, en un diálogo amoroso, en un intercambio de emociones, de palabras hermosas que nos llenan de paz en este momento y en el cual anotaremos los hechos que hemos de realizar y las actividades en las cuales vamos a participar. Estas actividades y estos hechos deben estar signados por la fuerza del amor, por la fuerza que deviene de la Palabra del Señor. Es momento de aceptarnos tal como somos. Es un día que es propicio para dejar las penas, las adversidades, las angustias, los afanes de la vida, para emprender nuestro trabajo en nuestro hogar, en nuestra oficina, en cualquier actividad que nos desenvolvamos, a iniciar esta actividad con mucha paz y con el amor del Señor. En la palabra de Mateo en su capítulo 7 versos 15 al 20, el Señor nos dice: tengan cuidado de los falsos profetas que se presentan cubiertos de pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces, por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos e higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se le corta y se le echa al fuego, por sus frutos, entonces, lo reconoceréis. Esta es la Palabra del señor y en ella encontramos una gran enseñanza: el verdadero cristiano es un árbol que produce frutos. Hay cristianos falsos que ocupan terrenos inútilmente, son parásitos de los demás, no han descubierto para qué los creó Dios. Cada ser humano es una obra pensada por el Creador y debe cumplir su misión, debe dar frutos, por su frutos los conoceréis. Porque hay frutos buenos y frutos malos. Hay quienes alimentando intereses egoístas se afirman en el dinero y en sus ganancias, en el sexo y sus placeres, en el poder y sus privilegios; aquí, los frutos son destructivos del hombre, porque no alimentan su trascendencia sino el momento presente. Estos frutos, hermanos y hermanas que me escuchan no son los que Dios espera, porque Cristo nos enseña que estamos aquí para reconstruir lo dañado y presentarlo a Dios. Estamos aquí para aplicar la redención a los hombres de nuestros tiempos enseñando a vivir la fe que se expresa en la caridad, creando unidad fraternal bajo la paternidad de Dios, construyendo un reino que sacia plenamente las ansias de felicidad del genero humano. Estos son los frutos que Dios espera. Estos son los frutos de los verdaderos cristianos. ¡ÁNIMO!, ¡GOZO!, ¡ALEGRÍA!



— NOTA DEL AUTOR —


AMIGOS Y AMIGAS, esta oración con comentario incluido, forma parte de una larga lista de ellas y que movido por el Espíritu Santo, ofrendaba al Señor de Lunes a Viernes a las siete de la mañana, en un programa radial de opinión, en el que participaba en compañía de una periodista, en el cual mi persona le dedicaba tres minutos o más (dependiendo de la Producción y/o de Máster) a orar y analizar esa oración aplicándola a la cotidianidad de nuestra vida, de nuestros actos, de nuestras alegrías, tristezas, éxitos, fracasos, tragedias, tribulaciones, bonanza, prosperidad, bienestar, etc. Todo con la intención de establecer como verdad aquella según la cual Dios siempre está con nosotros, que todo lo que nos ocurre es para bien, que existe un plan o proyecto de salvación para cada uno de nosotros diseñado por el mismísimo Dios, cuyo cumplimiento, decisión y elección depende de ti. Así que —parafraseando la escritura bíblica— «DIOS NOS HIZO SIN NUESTRO CONSENTIMIENTO, PERO NO NOS SALVARÁ SIN QUE LE OFREZCAMOS ESE CONSENTIMIENTO». Es decir, nuestro permiso y autorización. El Señor es un caballero, y estará siempre a las puertas de nuestro corazón, para que le abramos y que pueda entrar para guiar nuestra vida y ofrecernos su santidad, gozo, alegría, discernimiento, sabiduría, y sus infinitos dones espirituales y materiales.

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Vídeo Reflexivo: «Trabaja por la paz».

Grabado el jueves 11 de diciembre de 2008.

Trasladado a la red el viernes 09 de enero de 2009.

Comentario de Mervy Enrique González Fuenmayor.

Ciudad y Municipio Maracaibo del Estado Zulia, República de Venezuela, América del Sur.

Dada la vinculación estrecha entre el contenido de este vídeo  con las reflexiones que hace algún tiempo dejé impresas en el artículo de mi autoría y que se trasladó a la red en martes 22 de abril de 2008, intitulado: «ACTITUDES Y MANIFESTACIONES DE UN FALSO CRISTIANO», decidí con la debida aquiescencia y consentimiento tácito de mis lectores reproducir algunos fragmentos que, seguro estoy, devendrán en utilidad a los efectos de la difusión de la presente reflexión audiovisual y los mensajes contenidos en ella, cuya consideración presento a vuestro escrutinio:

«Así son estos falsos cristianos, se ufanan dándose golpes de pecho en las misas dominicales, y algunos de comunión diaria van a presentarle al Señor sus respetos todos los días. Sin embargo apenas si salen de la presencia de Dios —yo creo que nunca han estado— inician, o mejor dicho, continúan su malvivir, anteponiendo sus intereses personales, su afán de riqueza, su poca solidaridad, su ausencia de misericordia y un gran olvido de la enseñanza y mensaje de la Palabra de Dios que debe privar en todos los actos de nuestra vida, incluyendo las actitudes espirituales y respeto por los valores morales y éticos que deben regir la vida en particular y la vida social. No se le hace daño al prójimo con estas actitudes, el principal perdedor es quien actúa de esa forma. En la palabra de Dios tenemos para estos especímenes lo siguiente: «¿De quiere valer al Hombre ganar la vida… si con ello pierde el alma?». Una vez más el ser humano ha equivocado su caminar, su transitar, su recorrido vital, al hacer predominar su pequeña percepción del mundo y de la vida sobre la contenida en las enseñanzas de nuestro buen Dios.

En el catecismo de la santa iglesia católica encontramos algunas notas que por riqueza y su carácter pedagógico resulta interesante transcribir, veamos:


Artículo 3

LA LIBERTAD DEL HOMBRE

1730 Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. «Quiso Dios ‘dejar al hombre en manos de su propia decisión’ (Si 15,14.), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a El, llegue libremente a la plena y feliz perfección»(GS 17): El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos. (S. Ireneo, haer. 4, 4, 3).


En el párrafo anterior no se necesita hacer ningún tipo de esfuerzo cognitivo para concurrir que el hombre está dotado por Dios de libertad, es decir del libre arbitrio para poder elegir sus decisiones, sus actitudes, sus conductas y en consecuencia elegir entre lo bueno y lo malo. No obstante es preciso que determinemos con la mayor claridad posible, cuáles son las precisiones conceptuales que deben tomarse en cuenta para poder afirmar de manera contundente que alguien ejerció su libre albedrío, su libertad de pensar y de actuar en los asuntos concernientes a su ciclo existencial. Aunque para los letrados esto es muy importante, creo que para un buen cristiano bastará con amar a Dios con todas las fuerzas de su corazón y por encima de todo las cosas y al prójimo como a sí mismo, para tener las bases suficientes de una conducción sana, productiva, agradable, alegre, solidaria y en franca armonía y conciliación con Dios y con la Humanidad. No obstante para llenar también las «necesidades intelectuales de los que se endilgan la condición de cristiano letrado o preparado» transcribiré algunos pasajes de ese catecismo de nuestra Iglesia Católica, que es como ya he dicho anteriormente un manantial de riqueza sin cuyo auxilio se nos hará más difícil la interpretación, entendimiento y aplicación de la palabra de Dios contenida en la Santa Biblia. Aquí es pertinente recordar que en virtud de la institución del apostolado, Jesús fundó la verdadera y única iglesia en Pedro que fue nuestro primer pontífice y Papa y de allí en adelante nuestra Santa Iglesia Católica tiene perfectamente organizada y sustentada la sucesión de papas hasta la presente fecha. Tampoco debe olvidarse que Jesús les atribuyó a sus apóstoles la facultad de perdonar los pecados así como instituyó otros sacramentos, para los cuales también les dio facultades. Éstos, cuando se produjo la ascensión del Señor al cielo, también fueron bendecidos y facultados para invertir nuevos apóstoles, de allí que nuestros sacerdotes reciben la bendición y reconocimiento del Santo Padre. Y éste a su vez directamente de nuestro Señor Jesucristo. Afirmar otra cosa es manipular la verdad. Pero disfrutemos de la transcripción siguiente:


I Libertad y responsabilidad

1731 La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

1732 Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.

1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a «la esclavitud del pecado»(cf Rm 6, 17).

1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que éstos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.

1735 La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales.

1736 Todo acto directamente querido es imputable a su autor:
Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: ‘¿Qué has hecho?’ (Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4, 10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (cf 2 S 12, 7-15).
Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del código de la circulación.

1737 Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que actúa, por ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de la acción, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez.

1738 La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad que una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2). Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público (cf DH 7)”.

Finalmente tengo que referirme a la moralidad de los actos humanos. Usualmente vamos por la Vida anunciando no la Buena Nueva, sino más bien nuestros valores, nuestra moralidad y vendiéndonos como que si fuésemos el segundo Jesucristo, el nuevo Mesías, el propietario de una moralidad a toda prueba, un ser sin pecado, pues. Vámonos bajando de esa nube, sin renunciar a ser lo más perfecto posible, tal como el señor lo quiere cuando afirma: “Sed perfectos como mi Padre lo es».

(GONZÁLEZ FUENMAYOR, Mervy Enrique. Actitudes y Manifestaciones de un Falso Cristiano. SPE / SPI / 2008 – Disponible en http://justicerman.blogspot.com).

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